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jueves, 19 de diciembre de 2013

J. Ramón Muelas

Solo la sensibilidad de alguien como J. Ramón Muelas puede escribir palabras tan bellas sobre El Belén de mi nieto como estás que os pongo aquí, parte de la crónica de su visita a la Peña Afición Vallisoletana del pasado viernes...

"... Yerra quien piense que abobarse frente a un buen nacimiento es cosa sólo de chicos; basta pisar el umbral de la sala de exposiciones de la Afición para que el nacimiento de Sagrario Abad te enganche al primer vistazo. No tiene esas figuras napolitanas lujosas y decadentes, tampoco edificaciones atemporales, ni artificios sorprendentes, ni iluminaciones como la de aquel nacimiento de Guadalajara donde el visitante podía elegir entre noche, día, amanecer, atardecer y... eclipse!. La autora ha trabajado como lo vienen haciendo los artistas desde la prehistoria. Su procedimiento (hoy sospechosamente ignorado) consiste en ver cuidadosamente la realidad; de ser posible, entenderla; dejar que la idea madure y clarifique como los vinos, sin prisa, mientras se ejercita la técnica incansablemente y con la más rigurosa disciplina; entonces -y sólo entonces- hallará el momento para actuar. Cerrará los ojos y ejecutará. Así se plasma el espíritu de los entes, así obraba sujeto tan poco sospechoso como Tapies, así obra Sagrario Abad.


El nacimiento es Villanubla, donde se crió la autora. No la Villanubla real, sino la Villanubla espirituada, la que sale de sus manos tras cerrar los ojos. La arquitectura efímera es recia, vertical, de paramentos entrevigados, portalones frescos, corrales repletos de vida y tan amigable que si levantas algunas cubiertas, puedes ver cada detalle de las habitaciones cobijadas por ella, o si te plantas ante el mercado de la plaza mayor, cual si estuvieras en Piedrahita, puedes reconocer las diez razas de gallinas que por allí dicen existir.



La Villanubla vaccea, parda y ocre en invierno, mayea en el nacimiento con las macetas-escoltas de cada balcón, jardincillos que salen en cualquier hueco posible, huertas propias de la escuela de agrónomos, prados de ribera óptimos para que el ángel anuncie a los pastores y monte bajo de jara y retama donde un par de orondas cabras celebran la Nochebuena como buenas cristianas.

Parte de las figuras humanas y animales son de plastilina; labradas y vestidas atemporalmente, su austeridad cuadra con la arquitectura, pero los detalles de sus alegres movimientos preñan de vida hasta los tejados. Y en un soportal arruinado, al pie de chimenea rinconera, festoneadas las paredes con humedades de goteras, bajo la atenta mirada de un astigordo cinqueño rojo encendido algo lavado al que escoltan tres reyes (¡cuánto importa la relevancia!), imperceptiblemente nace Dios. Hora de turrón y vino, un carro cargado de barricas bordelesas avanza hacia la plaza mayor..."

Podéis encontrar la crónica completa en este enlace del Patronato del Toro de la Vega, del cual, J. Ramón es Vicepresidente.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Los abuelos y las calles del Belén

La disposición del Belén planteada por Sagrario le ha permitido reproducir fielmente un típico pueblito castellano con sus estrechas callejuelas alrededor de la plaza. Las calles están sin adoquinar, es un pueblo sencillo, las casas surgen directamente de la tierra, a excepción de alguna acera que adorna las casas de la Plaza Mayor. El perímetro del pueblo está rodeado de huertas y caminos, que llegan y van a pueblos lejanos, como los de origen de los Reyes Magos, en Oriente. En el siguiente plano podéis ver todas las calles del pueblo con sus nombres...

Pulsa en la foto y podrás verla más grande

Algunos nombres evocan a la Navidad, como la Calle del Niño Jesús, o el Camino de Oriente que termina en el Arco de los Reyes, a la entrada del pueblo. Otros nombres rememoran al mismo pueblo: la Calle de las Huertas o el Paseo de las Lavanderas, pero las más especiales para mí son las calles que aluden a la familia, la Calle de las Abuelas, El Camino de los Nietos y la Era del Abuelo.

Para mi familia, la Era del Abuelo tiene especial significado. Cuando mi hermano Noé y yo éramos niños, nuestros padres nos llevaban a jugar junto con primos y tíos a Villanubla, pueblo adoptivo de mi madre. Muchas veces merendábamos en una de las eras de la carretera, a la que llamábamos la Era del Abuelo, y que realmente era del abuelo de mi madre y tatarabuelo de José Antonio, D. Acisclo Verdejo. Tuve la suerte de conocer a mi bisabuelo Acisclo, y además le recuerdo perfectamente, siempre con su boina calada y sentado en el salón de mi abuela Baltasara, mi querida yaya.